Semillas
A propósito del cuadro:
De ramas y otras maderas blancas
Entre polvo de arcilla va creciendo
en la oscuridad de la tierra fértil.
Silencios que ahogan. Crece,
confía en lo profundo de su potencial.
Los largos meses de invierno,
el frío de la nieve, la hacen olvidar.
No quiere crecer, es demasiado.
La confesión, los errores,
los sueños perdidos se agolpan.
Apenas soporta la conciencia de sí.
En un sueño profundo logra olvidar.
En las noches obscuras, las horas se alargan,
peligra ser devorada
por la ignorancia y la evasión.
En la maestría de la labranza
con sabiduría de siglos: el amor,
utensilio indispensable para trabajar el campo,
para amasar la arcilla.
Ella, como quien vive el camino, lo sabe.
La invita a buscar la luz del sol.
Nunca le promete un jardín de rosas.
Ella le susurra a Dios.
Le habla de su semilla.
Le platica desde el corazón profundo.
Una y otra vez...
La alimenta, la ama.
Desde el espíritu lo logrará.
En el camino ascendente, se enfrentará a
fuertes huracanes y tormentas en las que
el agua amenaza con su fuerza.
Y durante los veranos el ardiente sol la quemará.
Teme ser arrancada de golpe del subsuelo
o convertirse en ceniza.
Todo lo vivido se transforma
en alimento que la fortalece.
El atardecer la envuelve
en tonos rosados, violetas -apenas dibujados -
música de mantras y oraciones la mecen,
la arrullan y protegen.
Dice sí pero todavía no lo sabe.
La confianza depositada en la semilla,
actitud humilde y valiente
de franqueza y generosidad.
Un fragmento de alma aún no descubierto,
en un diálogo con la eternidad es revelado.
Brota de pronto,
con el temple de una semilla bien plantada,
un atisbo de realidad.
En el aire, como un aroma delicado y fugaz
flota la certeza de que
para transformarse en madera
consciente de sí misma,
a través del espíritu,
hay que morir para vivir.
Virginia Chévez
Febrero, 2011