Cantos de siembra
Por Germaine Gómez Haro
para Cantes de siembra, 2013
Virginia Chévez hace gala de una pincelada osada e irreverente que consigue el justo equilibrio entre las zonas pastosas y las sutiles transparencias, creando atmósferas preñadas de misticismo, como si se tratase de un velo imaginario entre la mirada del espectador y un horizonte profundo oculto tras las numerosas capas pictóricas. Su pintura es a un tiempo contemplativa y sensual, quieta y provocadora, un detonante de melancolía y goce encadenados como en el renga, género literario del antiguo Japón, del cual deriva la tradición del haikú, cuya poética mística subyace en la esencia de las pinturas que integran esta muestra.
En su trabajo reciente, Chévez se inspira en la obra poética de Matsuo Basho (Ueno, Japón, 1644) titulada Camino a Oku y otros diarios de viaje, y, siguiendo al poeta que elevó el haikú al más alto nivel de sofisticación, busca que el objetivo primordial de su creación no sea la forma externa sino la espiritualidad interna. Y es que su pintura tiene que ver precisamente con esa búsqueda de la espiritualidad que la dota de un sentimiento místico y la aproxima a los linderos de lo sublime. Viene a mi mente la filosofía de Marc Rothko para quien el arte era “la expresión de algún impulso religioso oculto y profundo”, abriendo el camino de la experiencia estética con una mirada ascético-contemplativa, en el sentido de lo que Mircea Eliade denominó “la permanencia de lo sagrado en el arte contemporáneo”. Para Chévez, en el origen de su arte están sus inquietudes existenciales que se nutren de la filosofía y la poesía orientales, en especial del budismo zen. De ahí su afán de plasmar formas de contemplación mística que comuniquen las emociones básicas de la existencia. Ante su pintura quedamos inmersos en un espacio que se expande más y más, mientras intentamos adivinar con la mirada el secreto de sus lienzos y descifrar el lenguaje de sus pinceladas ágiles y desenfadadas. La pintura de Virginia Chévez fluye en la dialéctica de las ambigüedades: con gracia y espontaneidad oscila de la densidad a la vaporosidad, de la ligereza a la gravedad, de la explosión a la contención… Azar y precisión se alternan en su lenguaje pictórico como las notas improvisadas en la poética del jazz. La suya es una pintura melodiosa y con brío.
Al contemplar estos hermosos y sugerentes lienzos recuerdo al filósofo taoístaZhuangzi, quien escribió: “No escuches con tus oídos, sino con tu Espíritu/ No escuches con tu espíritu sino con tu Aliento/ Sólo el aliento que es vacío puede apropiarse de los objetos exteriores.”
Sowing songs
By Germaine Gómez Haro
for Cantes de siembra, 2013
Virginia Chévez displays a daring and irreverent brush stroke that achieves a perfect balance between the areas of thick paint and subtle transparencies, creating atmospheres weighted with mysticism, as if there was an imaginary veil between the spectator’s gaze and a distant horizon hidden behind the numerous pictorial layers. Her painting is at the same time reflective and sensual, tranquil and provoking, a trigger for sadness and pleasure, interlocked as in the ancient Japanese literary genre, renga, from which the haiku is derived, with its underlying poetical mysticism, present in the essence of the paintings in this collection.
In her recent work, Chévez is inspired by Matsuo Basho’s (Ueno, Japan, 1644) poetic work entitled Narrow Road to the Interior. Following the poet, who elevated the haiku to the highest levels of sophistication, she endeavors to make the most important part of her work not the external form, but internal spirituality. Her painting is precisely all about this search for spirituality, which gives it a mystical feeling that brings it close to the boundaries of the sublime. The philosophy of Mark Rothko comes to mind, for whom art was “the expression of some deeply hidden religious impulse”, giving way to the aesthetic experience with an aesthetic-reflective gaze, which Mircea Eliade described as “the permanence of the sacred in contemporary art”. For Chévez, her art is born out of her existential curiosity, which is inspired by oriental philosophy and poetry, particularly Zen Buddhism; hence her desire to express forms of mystical reflection which communicate the basic emotions of existence. In front of her works we are absorbed in a space that grows bigger and bigger while we try to figure out the secret of her paintings and decipher the language of her agile, relaxed brush strokes. Virginia Chévez’s work flows in the language of ambiguity: with grace and spontaneity it swings from density to sheerness, lightness to seriousness, from explosion to control… Chance and precision alternate in her works like the notes of jazz improvisation. Hers is a style full of melody and zeal.
In contemplating these beautiful and evocative canvases I am reminded of the Taoist philosopher Zhuangzi, who wrote: “Don't listen with your ears, but listen with your spirit/. Don't listen with your spirit, but with your breath/.Only breath is empty and waits on all things.”