Hasta el 11 de abril de 2025. Lunes a viernes de 9 a 18 hrs | Sala Leopoldo Méndez, Galería del Sur
Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí a donde voy.
Virginia Chévez
Fragmento Es allí a donde voy de Clarice Lispector
Calz. del Hueso 1100 Col. Villa Quietud, Coyoacán, CDMX
Latidos del universo
por Andrés de Luna
En los años sesenta del siglo pasado, André Malraux, una de las figuras capitales de Francia, sostuvo una polémica acerca de las figuraciones abstractas ante el realismo que pretendían otros intelectuales. El caso quedó sin concluir, sin embargo, de esa discusión surgieron algunos artistas que reiniciaron sus caminos y siguieron hasta ahora, como es el caso de Virginia Chévez, quien hace de su arte un latido del universo sobre la espiritualidad. La creadora pinta obras abstractas en las que combina un ánimo sensible, alerta a lo que observa y cómo lo hace. De esta forma, ella ve hacia el oriente profundo y lo hace con respeto y admiración. “Shambala II” remite a un lugar mítico más allá de las montañas del Himalaya, un sitio boscoso donde habitan seres de luz. Ella se acercó a ese espacio boscoso a través del libro Mahabarata, texto del siglo tercero. El viaje de Chévez es un llamado a la conciencia a través del arte, una creación que acerca, de manera oportuna, a la espiritualidad. Otro de los lienzos místicos de la artista es “Fuego de luz”, un cuadro que esplende por los tonos rojos de la obra. O bien “Mandala”, otro de los símbolos de oriente, que al trasladarse a nuestros continentes fue adoptado por psicólogos y médicos, quienes hicieron de él una parte de sus terapias.
El trayecto de Virginia Chévez tiene otro emblema: “Gran ola” (1831) de Katsushika Hokusai, obra maestra del artista que vivió en las geografías cerradas del imperio, que se vio atravesado por la Revolución de 1868, y que permitió el ingreso extranjero al país. Las obras de Hokusai fueron vistas por pintores al estilo de Van Gogh, quien contempló y se maravilló ante ese trabajo, luego de él son muchos los artistas, incluidos fotógrafos, que han hecho un hito de ese trabajo plástico. Virginia Chévez salió un tanto de sus abstracciones para realizar un homenaje a Hokusai.
Roger Caillois en su libro El hombre y lo sagrado dirá: “Hay que ver ahora, una vez admitida la ambigüedad fundamental de lo sagrado, cómo se opone en su conjunto al mundo de lo profano, es decir, qué conviene buscar en la sociedad a que corresponde la distinción de esos dos terrenos complementarios y antitéticos que constituyen lo sagrado y lo profano” (FCE, p. 57). Esto constituye la simiente de la cual arranca el trabajo de Virginia Chévez, una artista que busca lo espiritual en una época en la cual nos conformamos con la nada, mientras que late en el cosmos algo más, por ello, ver las obras de esta pintora abstracta es un itinerario hacia un terreno que habíamos olvidado.
“Virginia Chévez [...] hace de su arte un latido del universo sobre la espiritualidad.”
Obra
La Mirada y la Materia de la Pintura Abstracta
Por Eduardo Juárez Garduño
Hay algo que, cultivado y practicado con regularidad, conduce a la intención espiritual profunda, a la paz, a la atención plena y a la comprensión clara, a la visión y al conocimiento, a una vida feliz aquí y ahora, y a la culminación de la sabiduría y del despertar.
El Buda
Virginia Chévez, pintora y diseñadora gráfica, estudió la Licenciatura en Diseño de la Comunicación Gráfica en la UAM Xochimilco, distinguiéndose con su notable presencia.
Posteriormente, se incorporó como oyente en diversos talleres de la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas, hoy Facultad de Artes y Diseño (FAD) de la UNAM, participando de manera destacada en el Taller de Pintura de Ignacio Salazar.
Desde su incursión en el mundo de la pintura, Virginia Chévez, al tiempo que iba conociendo y reconociendo los recursos expresivos y potencial plástico de materiales y herramientas, irrumpió en el campo de la experimentación como un proceso de indagación y encuentros. A partir de entonces, la fuerza expresiva y la mixtura de la figura humana fragmentada, tratada de manera expresionista, junto con elementos matéricos y simbólicos, fueron conformando su paleta creativa, hasta que la abstracción pictórica la atrapó en un largo camino hacia la concreción de un lenguaje propio. Así surgieron distintos proyectos a lo largo de un extenso proceso, donde la espontaneidad y el virtuosismo en el manejo de diversas técnicas caracteriza su pintura.
Es importante destacar que la tendencia artística del llamado Arte Abstracto en México fue una corriente que surgió en la década de los años cincuenta del siglo pasado, como una alternativa al nacionalismo y al realismo promovido por el Muralismo. Esta corriente buscaba nuevos postulados, nuevos lenguajes y una mayor accesibilidad al mundo del arte. De este modo, el Expresionismo Abstracto, movimiento artístico más importante surgido en los Estados Unidos (antes del Pop Art), y el informalismo francés se convirtieron en los grandes referentes que inspiraron a buena parte de los jóvenes artistas mexicanos de la generación de la “joven pintura” que después sería conocida como de la "ruptura". Entre ellos se destacan pintores abstractos como Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Fernando García Ponce, Vicente Rojo, Mathias Geritz, Günther Gerzo, Arnaldo Cohen, Cordelia Urueta, y más tarde, nuevos abstraccionistas como Sebastián, Irma Palacios, los hermanos Castro Leñero, Gabriel Macotela, entre otros.
Esta época fue controversial debido al debate que suscitó la irrupción de las políticas culturales de Estados Unidos hacia América Latina, y particularmente en México, a través del Departamento de Artes Visuales de la Unión Panamericana, a cargo de José Gómez Sicre, impulsor de los Salones Esso, así como los concursos organizados por Miguel Salas Anzures en el Palacio de Bellas Artes. Al mismo tiempo, surgió un circuito de galerías de arte en el país, con espacios como la Galería de Arte Mexicano, la Galería Prisse, la Galería Proteo, la Galería Antonio Sousa, la Galería Juan Martín, la Galería Misrrachi, y la Galería Pecanins, que alojaron y promovieron las nuevas tendencias artísticas de la joven generación de aquel entonces. Hasta conformar el Sistema de galerías y salones del actual sistema de galerías de arte en nuestro país.
Hoy, en una época dominada por la expansión de la Inteligencia Artificial, donde el mercado del arte privilegia a los vendedores de humo, la banalidad, el ridículo, el escándalo, el sin sentido y el plagio, con la complacencia del Mundo del Arte; una obra que respeta al público, honra la buena factura y mantiene el oficio con rigor y esfuerzo, aparece desde luego, con virtud e integridad, y me atrevería a decir que es más vital.
La pintura de Virginia Chévez es una muestra de un camino de entrega, de compromiso con el arte, de pasión y disciplina. La exposición que aquí se presenta es una selección de su obra exhibida en 20 exposiciones individuales y 30 colectivas, en importantes recintos artísticos tanto dentro como fuera del país.
En esta muestra, Virginia nos presenta piezas representativas de su pintura abstracta de gran libertad formal. Rompiendo con la figuración, crea una nueva poética plástica con un estilo y características propias, donde la fragmentación de la materia y los sutiles contrastes cromáticos se combinan para componer piezas llenas de recursos informales y tachistas, que surgen desde el automatismo y la profunda relación con el entorno. La obra se despliega a partir de la intervención en el lienzo en blanco, y trasciende en los múltiples matices invitando al espectador a sumergirse en la experiencia estética.
La experiencia de entrar en contacto con sus cuadros es concebida de manera orgánica, buscando una conexión profunda con el material. Se produce un ir y venir en una suerte de danza continua, en torno a la pieza, una inmersión en el proceso de creación. A través de esta plasticidad y dinámica, se despliega una atmósfera pictórica de fuerte carga expresionista, un vehículo para la mirada interna, una inspiración que brota desde lo más profundo del ser.
A través de sus pinturas, Chévez nos invita a una visión colorida, un paisaje emocional que se recrea en los sentimientos. Emplea bastidores de gran formato, creando espacios monumentales que abrazan al espectador y le permiten una mirada panorámica. También utiliza formatos circulares, conformando mandalas a los que infunde un carácter simbólico, o creando imágenes sugerentes de estratos de capas que evocan superficies minerales o cantos rodados. En ocasiones, sus composiciones presentan cortes geométricos o secciones que sugieren una expansión suspendida, organizadas en conjuntos polípticos.
El arte de Virginia Chévez es la pintura como tal, un lenguaje de abstraccionismo lírico, en el cual se valoran los elementos intrínsecos del color y la forma (el color-forma cezanneano), utilizando pigmentos esparcidos o emulsiones sobre lino, donde plasma trazos espontáneos, rápidos y sueltos que se expanden en todas direcciones. Sus manos cromáticas dejan huellas que conforman una gramática gestual que la caracteriza. Las imágenes rugosas de sus obras crean ambientes difusos, donde la atmósfera lírica interactúa con formas geométricas recurrentes: cuadros, círculos, franjas, fragmentos de recuadros y retículas que configuran el espacio y sugieren escenarios con diferentes planos. Estas formas se convierten en ventanas a paisajes interiores, reminiscencias de la tierra, el agua, el tránsito entre el cielo y la tierra, la mirada hacia el cielo, la mirada a la tierra, como si se tratara de una conexión profunda con la naturaleza.
Estos paisajes abiertos y, formas también, relacionadas con ambientes urbanos de trémolos ecos, emanan de su imaginario personal, un torbellino de color que llega al paroxismo y expresa su sentido subjetivo y búsqueda por la trascendencia.
Este es el impulso de Virginia Chévez, incluso antes de iniciar el acto pictórico: un proceso de introspección, el germen de la acción que llevará a trazar una faena repetida de muchas manos, hasta lograr empastes ricos de pintura con fuertes contrastes. Su arte busca derribar y superar las limitaciones que nos atan, siempre respetando, aceptando y restaurando hasta encontrar los rasgos y las capas sucesivas, traslapadas en un tejido vital o en sutiles y brillantes veladuras, para conformar una textura que vibre y haga vibrar al espectador.
Su universo plástico invita a sentir, a pensar y a conectar con uno mismo en un lugar sin tiempo.
“Una obra que respeta al público, honra la buena factura y mantiene el oficio con rigor y esfuerzo, aparece desde luego, con virtud e integridad, y me atrevería a decir que es más vital.”